Con estos
antecedentes, no podía esperar de Luciérnagas otra cosa de lo que es: de
nuevo, una falsa novela infantil. Un libro que transpira realidad parda y
sucia, escrito con el estilo inconfundible y maravilloso de la que, en mi
humilde opinión, es una de las mejores autoras de la literatura española
contemporánea. La protagonista de Luciérnagas es Soledad, una niña
oscura y melancólica, inadaptada en un mundo de apariencias y gestos que le
resultan incomprensibles y ajenos. Ese mundo se derrumba con la llegada de la Guerra Civil , un
conflicto que, tal y como es tratado en la novela, podría ser cualquiera,
atemporal e impreciso. La guerra para Ana María Matute es un paisaje, un
escenario trágico en el que se ven obligados a desarrollar sus vidas Sol y su
hermano Eduardo, pero no la protagonista.
La novela se
publicó en su día, en 1955, bajo el título En esta tierra, en una
versión severamente mutilada por la censura franquista. La edición que ahora se
publica, nombrada como Luciérnagas, recupera la novela original en su
totalidad, tal y como la escribió en su día; la ha revisado personalmente el
texto. A pesar del celo franquista a la hora de censurar la novela, lo cierto
es que la obra no cae en la condena a ningún bando concreto de la guerra. No
carga las tintas contra republicanos o nacionales. Ni siquiera los menciona
directamente ni se hacen disquisiciones políticas acerca de lo sucedido. A Ana
María Matute, como a Sol, no le interesa entrar en debates estériles sobre las
supuestas razones que llevaron a los ciudadanos de un país a asesinar a sus
vecinos. En lo que indaga la autora es en el dolor y alienación que la
violencia brutal provoca en quienes la viven, directa o indirectamente. Matute
se zambulle en la miseria física y espiritual de una sociedad que acaba
derramando todo ese dolor acumulado durante años en un odio ciego al otro, al
objeto de la envidia, al contrincante o al vecino incómodo.
Mientras Sol
vive por inercia, introvertida y seria, Eduardo trata de salir adelante, de
enfrentarse al vacío espiritual que le atenaza, adorando a su cuerpo, a su
físico, como única forma sólida y tangible de sentirse vivo cuando todo lo
demás, amigos, familia, convencionalismos, estructuras y costumbres, se muere y
esfuma a marchas forzadas. Sol se ve obligada a madurar, a abandonar su
caparazón de niña durante la guerra y es en medio de esta tragedia cuando
conoce un amor, intenso y denso, que viene a atarla a la vida en medio de la
muerte más absoluta. Porque
la búsqueda desesperada de amor, en un mundo en el que es eso precisamente lo
que falta, es el hilo conductor de la novela. El amor al que aspira Sol,
sin mentarlo, no es necesariamente amor romántico. Con un hermano ensimismado e
impasible, y una madre temerosa y débil, Soledad hace honor a su nombre y vaga
por su propia existencia de puntillas sin entender bien cuál es la pasión que
lleva a sus semejantes a matar, amar, comer y vivir como si cada instante fuera
único.
Es en el
momento en el que llega el amor, inesperado e implacable, cuando Soledad
comprende qué es la vida; por qué se la ama y se le teme y por qué razón,
incluso en medio del dolor más intenso, merece la pena vivirla y saborearla…
Luciérnagas es una de sus primeras novelas, obra que para poder ser publicada sufrió drásticos recortes por la censura. Matute nos dice que fue como una violación.. La novela fue finalista del premio Nadal en 1949, también premio de la crítica, pero no se publicó la versión autorizada hasta 1955 bajo el título Ésta es mi tierra, terriblemente mutilada. La versión original de Luciérnagas se publica en 1993, revisada por la autora.
Los protagonistas de la historia son adolescentes, niños arrojados a la vida adulta por el estallido de la guerra civil, una niña, no banalmente llamada Soledad, de familia acomodada cuyo padre es perseguido por el gobierno republicano; su hermano Eduardo y una serie de niños, ladronzuelos y buscavidas, con su vida desbaratada por la guerra, que hacen lo posible para sobrevivir en una Barcelona acosada y bombardeada. Son años difíciles para la familia de Sol, pero ella encuentra que la soledad se puede compartir, que aunque la guerra destruya nuestro mundo, es posible resistir si se cuenta con el apoyo de otras personas, solas como ella. De alguna manera, es un canto a la amistad, al amor, a la fraternidad, ideales de la adolescencia, en contraposición a la familia, que ejemplifica la infancia.
Matute considera
la adolescencia un proceso trágico y triste, probablemente porque es el
abandono definitivo de la infancia para muchas personas, y aquellas hormiguitas
negras de su infancia son para la autora la razón de existir. Por eso la obra
es terriblemente triste, y no puede acabar sino en una desgracia. Nos
encontramos a la Matute
hiperrealista, tremendista o simplemente real (estamos hablando de unos niños
durante la guerra civil española), propia de sus primeras novelas, como Los
soldados lloran de noche. Y con una amargura y tristeza que abarca el libro
de principio a fin. El mundo, según Matute, no tiene solución, y no se siente
orgullosa de pertenecer a la especie humana. Entre las miserias de los adultos, estos niños, que no
las entienden, son breves luciérnagas que brillan quedamente en la noche, son
la única esperanza que queda, porque se tienen a sí mismos. Están unidos
por el sutil hilo plateado de la adolescencia, por la incomprensión compartida,
por el mismo apesadumbrado sentir, embutidos en los trajes adultos del mundo
cruel y asesino que sus padres les han creado.
Ana María
Matute dice que ella se quedó en los doce años. Son los años que tiene Sol en
este libro, los años que tenía cuando pasó la guerra civil por su vida. Es
necesario leer esta novela, pues parece la clave para encontrar la explicación
a otros muchos libros suyos, no sólo los realistas, sino también los
fantásticos o infantiles. Descarnada por su fiereza, sutil y tierna por el
cuidado tratamiento de los pensamientos de los protagonistas, es una novela
desconsolada y pesimista, pero bella y real, nunca angustiada.